Corsa Rosa

«[…] He ahí a un hombre encerrado en su horrenda fatiga como en una prisión: el mundo ya no existe, casas, hombres y mujeres se vuelven inverosímiles, como para el escalador que suspendido en una pared vertical divisa a sus pies, a pocos cientos de metros del pequeño albergue, los coches, los rojos campos de tenis con figuritas blancas que se mueven, toda esa vida fácil y serena en la que él, absorbido por el abismo, no puede ya creer. Lo mismo ocurre en la carrera.
(…) Los fugados se balancean, sorprendidos por otra cuesta. Arquean la espalda, alargan el cuerpo como si fueran jirafas. Balancean la cabeza de un modo gracioso, vistos desde detrás parece que digan que no. No, no, con una especie de rabia desesperada hacia un invisible antagonista que corre delante de ellos sin dejarse atrapar.
(…) ¿Qué importan hoy las catedrales, el mar, los paisajes, aunque se cuenten entre los más bellos que hay en el mundo? Sólo existe la carretera; la carretera escarpada y dura que sube y no se rinde. Empieza lo bueno. Nos encontramos bajo el puerto del Contrasto, donde hay una meta de montaña con una bonificación de un minuto. Mil cien metros de escalada.
(…)Nubes, viento, aire duro de montaña. Y Bartali, ¿dónde está? A siete minutos, responde a gritos un motociclista. ¿Será cierto?
(…)Hace frío. Se han quedado a solas, a solas con la montaña siniestra. Pasado Mistretta, a los lados de la carretera no se ve más que hierba. Hierba, rebaños lejanos, de vez en cuando un pastor de leyenda que ríe sin saber por qué, como los niños.
(…)¿Será esa la última elevación? Sí, si Dios quiere. Temblando al viento, se ve una pancarta roja con el mensaje: «Meta». Dos jóvenes pastores subidos a una roca la sostienen sobre la carretera.
(…)¿Y los favoritos? Ya llegan. Aún queda mucha carretera, las montañas que faltan son más pequeñas, pero hay tantas que uno se cansa sólo de contarlas. (…) Los favoritos van en serio, y la fuerza del enorme pelotón parece multiplicar su ímpetu. Da miedo verlos tomar las curvas de herradura, más que ver a los esquiadores cuando se lanzan a tumba abierta por la blancura de la pista. ¿No se funden con ese castigo los bujes de las ruedas? ¿No se queman los neumáticos? La atracción vertiginosa de la tierra no basta. Voraces, los corredores pedalean con todas sus fuerzas y pasan a ochenta kilómetros por hora dejando escapar un lánguido silbido.
(…) Chorrea sudor el rostro vagamente dantesco de Carrea; él también se nota las piernas petrificadas. Falta la última cuesta, la que conduce a Adrano. En un momento dado, los dos parecen casi quietos de tan despacio que van. Y detrás, como una manada de lobos, irrumpen los grandes formando una masa compacta e imparable. Se acabó.»


Dino Buzzati, Fausto acude puntual a la cita con su madre, de El Giro de Italia, traducción de D. Paradela.

https://www.youtube.com/watch?v=NvabaeUQxkI